A propósito de "El bazar solidario"..


Se ha hecho tangible que gran parte del mundo sigue el camino, o se ha convertido en un pozo negro. Y aunque los verdugos no parecen identificables, las víctimas están al alcance de cualquiera que abra los ojos.
Desde el confort o desde la precariedad submileurista, infrasubmileurista o nieurista, se hace insoportable la extensión veloz de la miseria. No está en un gueto, tampoco es un submundo: es el mundo.
Estamos constatando que la globalización va aumentando por millones las vidas desperdiciables. También va incluyendo a las nuestras como espectadores. Chatarreado de manos y cerebros que es una inutilización e impotencia: ahí sólo queda sobrevivir o buscar el entretenimiento.
Pero no queremos ser espectadores. Queremos hacer algo. Somos conscientes de que en el primer mundo las instituciones “sociales” gubernamentales son estructuras autorreferenciales, burocracias que transforman las soluciones en problemas. Grandes orquestas de la dilación, que con las partituras de los impresos interpretan la sinfonía del aplazamiento. Y, respecto a algunas ONG pues ya hemos visto cómo cuando sale del donante la donación se convierte en ventaja y lucro del profesional del reproche y la recriminación….
Una nueva modalidad de solidaridad se está popularizando: el apadrinamiento. “El bazar solidario” es un documental que recoge el viaje desde la donación hasta contactar con el apadrinado. Hasta Colombia se fueron Aleix y Zeltia para filmar los efectos de un impulso solidario. Plano a plano la cámara va siguiendo el rastro de los 0´65 € al día con los que puedes apadrinar a un niño.
No vamos a explicar el documental, hay que verlo. Y, si te gustó el de M. Moore este no te va a decepcionar. El documentalismo entra en crisis cuando se regodea en el tremendismo o ahoga lo que podría verse con un aleccionamiento del espectador. “El bazar solidario” tiene la peculiaridad de que en ningún momento guían a los entrevistados. En ningún momento hay actuación ni escenografía y el ritmo brota de la toma, único elemento que organiza el desarrollo temporal.
De hecho Aleix y Zeltia fueron guiados por la ONG: sólo que lo que la cámara va recogiendo desmiente la autopromoción de la gerencia solidaria. Hay tomas de gran densidad visual: los gestos, las caras, las seriedades del haberse mudado…, que dejan la intervención de la ONG como una representación. Ahí se confrontan el falso documental y la literalidad a la que alude. Queda desmentido cualquier anuncio que haya motivado a alguien para apadrinar. Se desmienten las imágenes de sus anuncios, así como la letra grande y la letra pequeña.
De manera transparente y directa el espectador puede contemplar cómo la donación sostiene una estructura de permanentización de la dependencia, así como de banquerización de la miseria. En “El bazar solidario” verá un testimonio, de antología, sobre qué clase de bicho es eso de los microcréditos: el picor de la deuda contagiado donde casi no hay superficie biográfica. Oiremos como se describe con lenguaje macroeconómico: “materias primas”, “empresarialidad”…, lo relacionado con un crédito de 100 dólares (¡!). También podremos contemplar la grandilocuencia con que se describen los “desayunos nutricionales”: cada quince días e incluyen charla sobre cómo cocinar (¡!), lo que viene a ser: cómo hacer menú para ocho con la patata que se comería uno sólo.
La película termina con una reflexión sobre el apadrinamiento hecha por un hombre y una mujer colombianos en voz en off, que representa la voz del pueblo. Dicen que recibir ayuda de otros países a través del apadrinamiento supone "entender, cuando apenas eres un niño o niña, que ni tu, ni tu familia, ni tu país se desarrollan, simplemente, dependen", y al mismo tiempo vemos un grupo de niños riendo, no sonriendo, riendo desenfadamente.. unas alegrías que no son las de quienes han recibido un regalo de algún padrino. La alegría que no deriva de ningún objeto, la alegría que se desprende del estar unos con otros, allí ,entre la hierba y en la soberana independencia de no tener que preocuparse de si hay algún enchufe cerca para poder jugar.
Antonio Martínez Márquez